domingo, 14 de septiembre de 2008

Diario de Viaje 6: Turquía Este



DIA 18: “El Kurdistán Turco y la mitad del viaje” - Tabriz - MAKU - BAZARGAN - DOGUBAYACIT (TURQUIA) - VAN. 550 kms



Me dispuse a salir de Irán tras una semana fantástica. El país me ha ofrecido sin reservas lo mejor de si mismo y he recorrido la antigua Persia y una parte de la ruta de la seda. Irán es enorme y me queda inexplorada la parte Este, los desiertos más crueles y las rutas hacia Pakistán y Afganistán. Tal vez la vida en otra ocasión me lleve hacia aquí, yo sólo pido que no sea de nuevo en pleno verano ....

Antes de la frontera necesitaba cambiar el resto de los Riales y paré en Makú pero ningún banco me hacía el cambio. Un empresario hostelero que andaba por ahí se ofreció a cambiarme los riales por moneda turca al mismo precio que el bancario. Eso de cambiar moneda a la gente por la calle da un poco de grima (billetes falsos y demás), pero en pequeñas cantidades enseguida le coges el truquillo y en esos países veo difícil que te la jueguen porque las penas son muy graves. En las grandes ciudades siempre hay una zona con cambistas callejeros con su maleta de billetes sentados en un taburete en plena acera y el precio a veces es mejor que el del propio banco.

En la frontera los trámites de salida de Irán, el sello del Carnet de Passage, etc., no fueron en absoluto complicados, y tampoco los de entrada de nuevo a Turquía, haciendo la cola en ventanilla ya con el adhesivo del visado comprado previamente en la caja (Vezne).

Entré en Turquía y enseguida me di cuenta que las cosas habían cambiado radicalmente, cosas que no te das cuenta que echas en falta hasta que vuelves a reencontrarlas. Por ejemplo las gasolineras: había muchas, y en todas partes, y me dejaban pagar con la tarjeta de crédito. ¡Alucinante! Después de cuatro países consecutivos pagando cash me costó incluso encontrar la tarjeta en la cartera.

La segunda cosa que cambió radicalmente fueron las tiendas y sobretodo los supermercados. En Dogubayacid entré en un mini centro comercial y estuve una hora entera vagando con los ojos fuera de sus órbitas entre cientos de variedades de todos los productos. Además de un agradable aire acondicionado en todo el recinto, había por ejemplo más de treinta tipos de galletas diferentes, de diferentes marcas, y me costaba horrores decidir; pero eso si, todas muy caras para mi. Me había acostumbrado no sólo al poco abastecimiento de comida iraní, sino también a sus precios súper baratos.
Y ahora me metía de lleno de nuevo en la sociedad de consumo, ya que en Turquía los supermercados son absolutamente iguales que aquí, y por la calle los sitios de comida rápida (shawarma y demás), están a cada paso.


Otra cosa que cambió en Turquía fue el paisaje, ya que aunque los desiertos y montañas iranís tenían su encanto, el volver a ver prados verdes y animales pastando me hizo parar en muchas ocasiones en el arcén de la carretera a disfrutar de las vistas.

Dogubayacit además de tener al lado en monte Ararat (aquel que los armenios reclamaban), tiene también el palacio (Sarai) de Ishak Pasha al cual me dirigí y al que se llega subiendo buena parte de una montaña desde la que se domina el territorio.











El Centro Comercial que me tuvo abducido durante una hora vagando por los pasillos con la baba rebosando...



Dejando la carretera principal que se dirige a Ankara opté por diversas carreteras comarcales en dirección al lago Van. Debía de mantenerme alerta porque durante un par de días me disponía a explorar parte del Kurdistán Turco, feudo del PKK, partido independentista que ha sido protagonista de varios atentados sangrientos y secuestros de occidentales. En concreto, unos días antes de mi llegada habían secuestrado a una familia de alemanes. Ello significó de inmediato que los controles militares se fueran sucediendo paulatinamente en varios lugares de mi ruta hacia Van, pero sin más molestia que la pérdida de tiempo y tener que andar todo el día con el pasaporte a mano.

Paisaje con mezcla de restos volcánicos que inevitablemente me recordó a Lanzarote donde pasé seis meses de mi vida.





Mujeres lavando lana en el río a golpe de bastón.



Cuando la carretera empezó a bordear el lago Van el camino se hizo por un lado muy agradable y por otro un poco más lento, ya que ante mis ojos esto es lo que encontraba.



Efectivamente. Se trata de un lago de aguas absolutamente azul turquesa, como si estuvieras en una playa del mismo Caribe. Después de una semana en Irán la visión de tanta agua y tan clara me tenía absolutamente extasiado.





El secreto de este azul intenso está en el la composición química del agua y no tardaría en comprobarlo. Así es, en cuanto encontré una pista que se acercaba al lago ya no pude aguantar más y me di un buen chapuzón en compañía de una familia que andaba por ahí cerca.







Y en cuanto me metí dentro comprobé que el peaje que hay que pagar para un azul tan intenso es que el agua tiene un sabor muy desagradable, como a jabón. Me explicaron que con esa composición química el agua del lago era perfectamente buena para lavar la ropa como se hacía en la comarca.


Llegué a la ciudad de Van (más o menos la mitad del viaje previsto), dispuesto a buscar un concesionario BMW pues había que cambiar el aceite de la Pantera Negra que ya había superado los 10.000 kms. En Van no hay concesionario como tal, pero sí taller de servicio técnico, aunque me costó bastante encontrarlo. Siguiendo con la tradición de acumular todos los comercios del mismo estilo, en Turquía los talleres de coches (Oto Servis) se establecen en el mismo polígono industrial formado por calles y calles sin asfaltar de talleres, todos aparentemente iguales (muchos multimarca). Son calles llenas de piezas rotas, coches desguazados y charcos de aceite usado. Además entre tanto taller casi no se conocen entre sí. Al final llego al que tiene asignado el servicio BMW y cuando le cuento lo que hay que hacer me dice que él no presta servicio a motos (y eso que yo ya llevo el filtro de aceite y las herramientas necesarias). Pero antes de que insista un motorista local que andaba por ahí agarra el teléfono y se ofrece a solucionar el problema, y dándome un rule por toda la ciudad buscamos un concesionario de motos (Yamaha), donde efectivamente me harán el cambio de aceite.

Vaciado.





Llenado.



La pobre estaba un poco guarrilla y le puse remedio (bueno, se lo puso el "limpia" mientras yo me tomaba una taza de chai).







Ella y yo nos damos luego una vuelta por el centro de la ciudad y siguiendo con el despilfarro festivo encontramos un buen hotel para pasar la noche, y un ciber café donde conectarme al mundo exterior. La colada, una vez más colgada por toda la habitación. La moto durmió a la puerta del hotel
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DIA 19: “Las aguas celestes”. Van - BITLIS -DYARBAKIR - NEMRUT DAGUI. 550 kms




Siguiendo todavía con la terapia de relax me levanté y desayuné tarde, y fui a ver la ciudadela de Van que desde luego no vale la pena.

Hecho esto cogí dirección Oeste rodeando el lago, hacia Tatuán. Aparte del tiempo perdido y la molestia en los controles militares, era de nuevo el azul del agua quien volvía a obligarme también a parar y disfrutar del paisaje.



Más lavado de lana a mamporro limpio.



Me encanta los sensación de ver una montaña sumergirse en el agua como pasa constantemente en Grecia.





Mega-paisajes para recordar.





Este es el único motero aventurero que encontré en el viaje (hasta llegar a la Capadocia), era alemán y ya conocía Turquía de otras veces.



¡Guau!



Llegué a Bitlis a chafardear un rato. Es una estación invernal y la parte vieja se encuentra a pies de un castillo (kalesi).

Paré a reponer fuerzas pues de vez en cuando hay que alimentar el cuerpo además del espíritu.



Madraza Ihasiye Serafhan.



Algunos animalillos.





Ya lo siento, no pude dejar de hacer el murciélago en Batman.



Una vez ya en Diyarbakir visité las famosas murallas de basalto negro que rodean la parte interesante de la ciudad, así como la mezquita Ulu Camii y algún Caravanserai cercano donde la gente dejaba pasar la tarde tomando algo.





Mezquita Ulu Camíi.



El pasatiempo nacional es sentarse a la sombra.



El sol se pone "On road".



Mi meta era llegar lo más cerca posible de Nemrut Dagi o, si se podía, incluso dormir en él, pero para ello hay que coger un ferry y no conocía los horarios. Cuando llegas a la ciudad de Siverek hay claras indicaciones en el desvío para llegar al ferry (“ferrybot”), y existe un panel con los horarios del mismo que unos kilómetros más adelante de repite. Sucede pero que según el primer cartel había un último ferry a las 21.30 al que todavía podía llegar, pero según el segundo cartel el último era a las 20.30 h. (!). Conduciendo de noche y con las cosas nada claras conseguí llegar al embarcadero con tiempo para pillar el último ferry de las 21.30 sin problemas.

En la espera previa y durante la travesía conocí a una familia muy agradable con la que hicimos buenas migas, incluso el tío-abuelo había tenido una moto BMW en los años 60. Les expliqué que me dirigía hacia Nemrut Dagui y me confirmaron que había diversos sitios donde acampar, no obstante se ofrecieron a alojarme en su casa que estaba más próxima si no quería hacer tantos kilómetros de noche. Pero una vez pasado el charco ya nada podía detenerme hasta llegar a la montaña mágica, o sea que agradecí la invitación pero seguí mi camino.





Llegué a Nemrut Dagui con la intención de acampar en la cima (por la mañana comprobaría que hoy día eso no es posible), pero hay una barrera de acceso y estaba cerrada. Más abajo había varios hoteles y campings, y pude escoger un hotel que además de superficie para plantar la tienda me ofrecía una piscinita que me apetecía mucho a pesar de la hora que era.

Además establecí una animada tertulia con los otros huéspedes del hotel que eran funcionarios de las embajadas en Ankara de Dinamarca, Alemania e Italia, y un español que trabajaba para la Comunidad Europea.

Cuando ellos se fueron a dormir yo todavía aproveché para darme un chapuzón en la piscina (aunque por la mañana pude ver que había un par de escarabajos enormes y asquerosos flotando en ella ... ).

La moto durmió una vez más al lado de la tienda.
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DIA 20- “La montaña de las cabezas cortadas”. Nemrut Dagui - ADIYAMAN - GAZIANTEP - ALEPO (SIRIA). 350 Kms.



Dejo la tienda montada y me dirijo hacia la cima para ver salir el sol en Nemrut Dagui, el túmulo funerario del rey Antíoco I. Una vez arriba compruebo que por la carretera oficial hay un momento en que ya no puede seguirse con la moto, ni siquiera off road, y que hay que proseguir a pie por una larga escalera.

Al llegar hay que escoger entre las dos laderas.

La del Oeste es la ladera que despide el sol, y en ella las famosas cabezas de piedra están dispuestas de forma un poco más desperdigada y anárquica.







En la ladera del Este están los tronos reales vacíos dispuestos para recibir al sol naciente, y las cabezas alineadas delante de cada trono, como rindiendo tributo al rey sol, el más poderoso del universo.











Vistas de las montañas Taurus.



Después de recoger la tienda en el camping me dirigí hacia Gaziantep, cuyo centro me devolvió por unos momentos a cualquier ciudad europea, con avenidas de comercios fashion de ropa cara, e incluso alguna pizzería de diseño, tentación que ya no pude resistir teniendo en cuenta de que me dirigía hacia otro desafío: Oriente Próximo.

Vista de Gaziantep.



El Kalesi de Gaziantep sobre el Hamam Naib.



Pizzería de diseño.



Así que con la tripa y el depósito de carburante llenos me dispuse a entrar en Siria, el otro país del “Eje del mal” americano.

Por el camino me vi envuelto en una especie de redada del ejército que cerca de la frontera había tomado un pueblecito, y cuando yo pasé por allí había unos 20 hombres en una fila con las manos en alto siendo interrogados y soldados entrando y saliendo de las casas en pleno registro. Fue una sensación rara, como en una película, ya que los soldados que tenían la calle cortada me dejaron entrar y durante los instantes que la moto pasó por delante de la escena parecía que todos se habían detenido especialmente para observarme, oficiales, soldados, presuntos terroristas y las mujeres y niños que asistían al registro separadas por los soldados al otro lado de la calle.

Salgo bien de Turquía y ya en la frontera siria los trámites no estaban yendo mal, son un poco “burrocráticos” pero relativamente organizados. Tuve que suscribir un seguro de accidentes para la moto.

Cuando me dispongo a pasar la aduana (control de equipajes), aparece un problema. Yo en todas las fronteras delicadas ya desmontaba el GPS y lo ponía en el top case, y nadie me había hecho hasta entonces ningún reproche. Pero el pícaro oficial de aduanas se percató del soporte del chacharro justo en el momento de hacerme abrir el top case y me pregunta: ¿GPS? Yo tenía dos opciones. La primera era mentirle, pero si al abrir la maleta encuentra el GPS entre el resto de cosas igual me la cargo en serio y no entro al país. La segunda era decir la verdad y aguantar el chaparrón. En una décima de segundo decidí decir la verdad ... y ya fue la última vez que lo hice a lo largo del viaje. Y es que cuando le confesé al oficial que tenía uno, pero que era muy viejo, me dijo instantáneamente que el GPS estaba prohibido en Siria y tenía que quedarse allí y ya lo recogería a la vuelta.

Empezamos un toma y daca él que el GPS se quedaba y yo que sin el aparato me iba a perder, tendría que preguntar a todo el mundo y mi seguridad e integridad personal se iban a ver muy comprometidas tanto en Siria como en Jordania y el Líbano, y que además yo tenía previsto entrar a Siria por otra frontera diferente. Utilicé todas mis estrategias, incluso la de ver si “pagando algo” se podía solucionar el problema, pero no colaba, era una cuestión de seguridad nacional (los sirios son muy quisquillosos con los temas militares, y es que un GPS bien usado puede mandarte un misil a la misma puerta de un Ministerio).

Las negociaciones iban por mal camino y yo ya me veía perdido en cada cruce de carreteras que estuviera señalizado en árabe. Pero estando casi en tierras de Ali Babá, en un momento involuntario de lucidez pronuncié la palabra mágica que me abrió la puerta de Sésamo: le dije al hombre que hoy en día muchos teléfonos son GPS, y el hombre se giró con mi GPS en la mano y me dijo: ¿Es teléfono?, y yo que le digo que sí, que también puede usarse de teléfono (otra mentira cochina...). Además le digo que sólo lo usaré cuando esté perdido y le pongo una cara de perro abandonado que me hubiera dado medio Óscar de la Academia a la interpretación. Por fin el hombre hace una llamada de teléfono a su superior, me mira de arriba abajo, le dice al mandamás algo como “a este mindundi escuálido no le veo yo cara de súper-agente secreto”, y al volver me dice que tengo autorización para entrar con el GPS, pero que al salir del país comprobarán que lo saque de nuevo. ¡ALELUYA! Alá es grande. Se aseguró de sus palabras escribiendo lo del GPS en el Carnet de Passage, y me dejaron marchar, cosa que hice a toda prisa no fuera el caso que se arrepintieran. ¡Ya estoy en Siria!


Tantos nervios pasé que en vez de ir a San Simeón como tenía previsto me dirigí directamente hacia Alepo que estaba bien señalizado, ya que el GPS pasó unas horas en la maleta escondido, no fuera que alguna patrulla de carretera decidiera requisarlo.

Así llegué a Alepo sin contratiempos.



Al Rahman Camii, una mezquita absolutamente diferente.



Me dirigí hacia la parte vieja donde están muy cercanos la Gran Mezquita, la famosa Ciudadela y sobretodo el Zoco (Suq-as-Sagha), que ha sido el que más me ha gustado de todo el viaje, realmente laberíntico, enorme y no occidentalizado. No sé si es que se había marchado la corriente, pero lo cierto es que pasé por numerosas callejuelas interiores cuyos comercios estaban casi a oscuras, a la luz de las velas que daba incluso miedo andar por ahí, pero a la vez era un zoco netamente islámico y antiguo, auténtico y diferente a los otros que ya se han modernizado. Es algo que no se puede fotografiar, hay que verlo.

Famosísima rampa de entrada a la ciudadela de Alepo.



Madrasa (escuela coránica) Al-Kashrofiya



Zoco de Alepo.



Minarete de la Gran Mezquita Omeya Zekeriya Camii.



Encontré en el centro de la ciudad un hotelito barato y cutrecillo, pero por un lado la habitación era muy calurosa, y por otro la moto tenía que dormir aparcada en la calle entre los coches. No obstante mientras los comercios estuvieran abiertos permanecería muy bien vigilada por varios mercaderes con los que conversé y a cuyos hijos dejé fotografiarse sentados en la Pantera.



Tras unas cuantas duchas salgo a explorar el centro de la ciudad y a enchufarme en un cíber próximo. En algunos de ellos hay que identificarse con el pasaporte (no hay censura pero si control de contenidos, creo), y son el sitio perfecto para encontrar y conversar con todos los turistas occidentales que hay en la ciudad.

Antes de subir a dormir pude aparcar la moto en la calle un poco más cerca de la puerta del hotel.

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